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El Fracaso Cultural del Partido Nacional y Colorado en el Siglo XXI

  


El domingo 11 de Mayo se desarrollaron las elecciones departamentales y todos tienen motivos para festejar y también preocuparse.

Por el lado del Frente Amplio, otro triunfo en Montevideo y Canelones, mientras que el Partido Nacional, haber mantenido los bastiones en el interior y la CORE en conjunto, haber ganado Salto y perder por menos que otras veces en Montevideo. 

Que los Blancos y Colorados, festejen perder poco en Montevideo y ganar Intendencias de Departamentos de menos población, traducido en términos futboleros, es como que Peñarol y Nacional, festejen ganar la Copa Uruguay, mientras Liverpool gana los Campeonatos Uruguayos. 

Habiendo cerrado el quinto ciclo electoral de este siglo, es decir, elecciones nacionales y departamentales, y teniendo en cuenta factores como la importancia y la cantidad de habitantes, el ranking de importancia es: 

1) Elección nacional, 2) Elección departamental en Montevideo, 3) Elección departamental en Canelones.

De los últimos 5 ciclos electorales, tomando 3 por cada ciclo, tenemos que el Frente Amplio ganó 14 de las 15 elecciones más importantes. 

Sí, ha perdido mucho en el interior, pero en Uruguay las elecciones nacionales se disputan en un distrito único; no es un colegio electoral como en Estados Unidos ni hay elecciones provincias como en Argentina, por lo que el Frente Amplio sigue dominando electoralmente donde se concentra la mayor cantidad de gente.

Si bien, elección tras elección, el FA tiende a perder cierto caudal de votos, esto no alcanza para dar vuelta las elecciones y, salvo en 2019, cuando Cabildo Abierto captó una parte y en la segunda vuelta Lacalle Pou absorbió esos votos, la sangría de votos del Frente Amplio es poca y se derrama en votos en blanco, anulados o a partidos chicos que son tan o más de izquierda que el FA, por lo que en la segunda vuelta, prefieren al candidato del FA; donde no van es al Partido Nacional y Colorado.

Razones del fracaso electoral del Partido Nacional y Colorado

En el Uruguay del siglo XXI, los partidos tradicionales, el Partido Nacional (PN) y el Partido Colorado (PC), han enfrentado un declive electoral significativo frente al ascenso del Frente Amplio (FA), una coalición de izquierda que gobernó entre 2005 y 2020 y recuperó el poder en 2024. 

Desde mi punto de vista, este fracaso no se explica únicamente por factores coyunturales, como crisis económicas o escándalos de corrupción, sino por una incapacidad estructural para articular una batalla de ideas coherente y atractiva, combinada con un acercamiento táctico a la agenda de izquierda que diluyó sus identidades ideológicas y alienó a sus bases. 

A esto se suma el "psicopateo" constante de la izquierda, que ha logrado presionar a los sectores de centro para que adopten posturas tibias, debilitando aún más la posición de los partidos tradicionales, dejándolos en un no-lugar. 

Antes de la elección departamental, Martín Lema, el candidato por el Partido Nacional para Montevideo, dijo que la elección no se basa en ideologías sino en gestión. Esto es un error para mí en el orden, para gestionar, primero hay que ganar las elecciones y lo ideológico, da un marco y una base para la militancia y le da sostén las ideas, para tener firmeza para convencer a los indecisos que suelen definir la elección. Pero si vos no tenes ideología, no tienes convicciones y ofreces "gestionar bien" como suelen hacer los candidatos del PN y PC, nadie va a comprar algo que no está viendo en el momento. 

El declive electoral de los partidos tradicionales en un panorama histórico

El Partido Colorado, que dominó la política uruguaya durante gran parte del siglo XX, sufrió un colapso electoral en 2004, obteniendo solo el 10,50 % de los votos, su peor resultado histórico. Aunque recuperó algo de terreno en elecciones posteriores, nunca volvió a superar el 20 % en los comicios del siglo XXI (2009, 2014, 2019, 2024).

El Partido Nacional, por su parte, mantuvo una base electoral más sólida entre el 25% a 30%, ganando o perdiendo, pero su liderazgo en la Coalición Multicolor (2019-2024) no logró consolidar un proyecto de largo plazo, perdiendo las elecciones de 2024 frente al FA. 

Este retroceso contrasta con la hegemonía de ambos partidos en el siglo XX, cuando representaban los intereses de amplios sectores urbanos (PC) y rurales (PN), estructurando un bipartidismo que parecía inquebrantable.

El ascenso del FA, que capturó el poder en 2004 tras décadas de crecimiento electoral, marcó un cambio en el sistema de partidos uruguayo. Desde 1971, el FA atrajo a sectores urbanos y progresistas, incluyendo antiguos votantes colorados "batllistas" que veían en la izquierda una continuación de las políticas de justicia social impulsadas por José Batlle y Ordóñez. 

Este desplazamiento electoral, especialmente notable en Montevideo y Canelones, evidenció una crisis de identidad en los partidos tradicionales, que no supieron contrarrestar la narrativa de la izquierda.

La ausencia de una batalla de ideas por parte de los partidos tradicionales

Más allá de factores coyunturales como una crisis, escándalos de corrupción o un mal candidato, el fracaso del PN y el PC radica además en su incapacidad para ofrecer una alternativa ideológica clara basada en los principios de libertad individual, mercado libre, propiedad privada y un Estado limitado y eficiente.

En lugar de articular un proyecto que promoviera estas ideas, ambos partidos optaron por estrategias pragmáticas y oportunistas, adaptándose a la agenda progresista del FA para capturar votantes de centro. Esta táctica, lejos de fortalecerlos, erosionó su credibilidad y permitió al FA consolidarse como el referente de las demandas sociales.

El Partido Colorado, históricamente asociado al batllismo –una mezcla de liberalismo económico y políticas sociales progresistas–, abandonó gradualmente su legado liberal en favor de posturas conservadoras o ambiguas.

Durante las presidencias de Julio María Sanguinetti (1995-2000) y Jorge Batlle (2000-2005), los gobiernos del PC implementaron ajustes que, aunque alineados con el liberalismo económico, carecieron de un relato político que los legitimara ante la población. La crisis económica de 2002, que golpeó duramente a las clases medias y bajas, reforzó la percepción de que el PC estaba desconectado de las necesidades populares, abriendo espacio para el discurso redistributivo del FA. Incluso hubo contradicciones dentro de los líderes del partido, que lejos de "atraer alas de ambos lados" erosionó la credibilidad y la posibilidad de dirigir un programa consistente que diese resultados. 

Jorge Batlle apuntaba a una economía más libre mientras que Sanguinetti a un equilibrio entre esto y una economía dirigista. El resultado fue algo inocuo que no llevó a ningún lado o mejor dicho, al peor de los mundos, la crisis del 2002, que tuvo un alto costo político al Partido Colorado. 

El Partido Nacional, por su parte, mantuvo una base electoral más diversa, pero su liderazgo en la Coalición Multicolor (2019-2024) priorizó la gestión tecnocrática sobre la construcción de una narrativa. Sirve para retener Intendencias, pero no para marcar una agenda a nivel país.

Aunque el gobierno de coalición impulsó reformas como la Ley de Urgente Consideración (LUC), que incluía medidas de seguridad y liberalización económica, no logró comunicar estas políticas como parte de una visión integral de libertad y prosperidad. En cambio, el gobierno se vio atrapado en debates reactivos provocados por el FA y las inconsistencias internas de la CORE, con sectores ideológicamente más cercanos a la izquierda y la falta de convicción por parte de los actores de gobierno para sostener en el debate las medidas. 

En definitiva, el gobierno en su afán por capturar el centro, adoptaron elementos de la agenda progresista mezclada con pinceladas de apertura de mercado. El resultado fue insuficiente, las reformas dieron tímidos resultados imperceptibles y ningún progresista se vió reflejado en las pinceladas progresistas del gobierno de Lacalle, porque ya tenían en el FA su mejor gestor. El resultado se vió en las urnas, no convenció a extraños e irritó a propios.

El psicopateo de la izquierda y la captura del centro

El psicopateo es una práctica psicológica que busca manipular, intimidar o desestabilizar emocionalmente a otra persona mediante comportamientos fríos, calculadores o crueles, a menudo asociados a rasgos psicopáticos como falta de empatía o remordimiento

Un factor clave en el declive de los partidos tradicionales es lo que puede describirse como el "psicopateo" de la izquierda: una estrategia discursiva que presiona a los sectores de centro para que adopten posturas progresistas bajo la amenaza de ser etiquetados como retrógrados, elitistas o antidemocráticos. El FA, con su narrativa de justicia social, inclusión y derechos humanos, ha dominado el debate público, estableciendo los términos en los que se discuten temas como la desigualdad, el género o el medioambiente.

Esta presión ha sido particularmente efectiva en Uruguay, donde la cultura política valora el consenso y la moderación. Los partidos tradicionales, temerosos de ser percibidos como insensibles o fuera de época, han cedido terreno en temas como la despenalización del aborto, la legalización de la marihuana o las políticas de identidad, sin ofrecer una crítica liberal que defienda la autonomía individual frente a la intervención estatal.

Por ejemplo, en el debate sobre la baja de la edad de imputabilidad penal (2011-2012), el PC y el PN apoyaron mayoritariamente la medida (84 % y 73 % de sus votantes, respectivamente, según encuestas de Cifra e Interconsult), pero no lograron articularla como parte de un discurso coherente sobre seguridad y responsabilidad individual, permitiendo que el FA dominara la narrativa con un enfoque más garantista, pese a que el reclamo de la sociedad en ese momento, era de más mano dura, el FA logró que no se refleje en las urnas. Ganó una vez la narrativa, esa donde el PN y PC pierden hace mucho.

El "psicopateo" también se manifiesta en la capacidad del FA para capitalizar el descontento social. Como señala Verónica Pérez, politóloga de la Universidad de la República, la izquierda logró reconquistar en 2024 a jóvenes de clases bajas que, desencantados con la Coalición Multicolor, volvieron a verla como la defensora de sus intereses materiales. Este regreso se logró mediante una campaña cara a cara y un discurso que explotaba los escándalos del gobierno de Luis Lacalle Pou, presentando al FA como el baluarte de la "honestidad".

Mientras los números del gobierno de Lacalle Pou, si bien no eran sobresalientes, establecían una cierta estabilidad pese a la pandemia. Hubo una caída del salario real y un aumento de la pobreza entre 2020 y 2022, pero esto ocurrió en todo el mundo debido a las restricciones por la pandemia; y si los números no fueron peores, fue porque Lacalle Pou no hizo caso a las sugerencias de cuarentena obligatoria y más restricciones que pedía el FA. 

Los resultados habrían sido peores, como pasó en Argentina y en todos los países que optaron por cuarentenas estrictas. Sin embargo, la narrativa del Frente Amplio se basó en esos malos números y en atribuir al gobierno una falta de sensibilidad y mala voluntad hacia "los más vulnerables". A la salida de la pandemia, Uruguay pudo recuperar los niveles de 2019. Mediocres, sí, pero los mismos que habían sin pandemia. El gobierno de Lacalle Pou se enredó en escándalos y jamás disputó esa narrativa, lo que terminó facilitando el regreso del FA al poder.

En resumen, el fracaso electoral del Partido Nacional y Colorado en el siglo XXI refleja su incapacidad para liderar una batalla de ideas, su acercamiento táctico a la agenda de izquierda y su vulnerabilidad al "psicopateo" del FA. Para recuperar relevancia, ambos partidos deben articular un proyecto que defienda la libertad individual y el mercado como motores de progreso para los sectores vulnerables, sin temor a desafiar el consenso progresista, pero de manera convencida y no tibia o ambigua, "creo en la Libertad pero ....".

Solo así podrán reconstruir su identidad y ofrecer una alternativa creíble al electorado uruguayo, que sigue buscando respuestas al descontento generalizado con la política uruguaya, porque cada elección, lejos de generar entusiasmo, genera tristeza; y el domingo fue una muestra: todos estaban mediocremente contentos por algo, pero sin euforia.